
La más noble aspiración de un espíritu es la de escudriñar en sí mismo su propia niñez.
MIGUEL DE UNAMUNO |
¿Preparados para otra descarga en nuestro escaparate de recuerdos?
La Melgarada de hoy nos llega por vía auditiva: sonidos que a una generación de especiales les va a trasladar directamente a la infancia.
Las calles de la entonces todavía peatonalizada ciudad, se convertía en patio de recreo de los niños que, antes de que asomaran los teclados y móviles, jugaban en la calle y donde la pelota corría el riesgo de ser rajada por el policía municipal de ronda. El grito de “queu, queu”, daba el agua. Era el aviso de la llegada del uniformado agente de la autoridad con el que se producía la huida cuando venía el municipal.
Y mucho antes de la llegada de Amazon, las grandes superficies y las tiendas de chucherías a nuestras vidas, (había carrillos donde las vendían, especialmente a la entrada de los cines) los pregones callejeros de los vendedores ambulantes constituían una banda sonora nada despreciable. “A los ricos bollitos bilbaínos”, “los chumbos, gordos y frescos”, el carbón y el picón para la cocina o los braseros rivalizaban con el vendedor de caramelos caseros pinchados en mondadientes y que eran rifados con un artilugio de puntillas y con bolita de rodamiento: “A la rica Papa Repapia” gritaba por las calles el ingenioso vendedor que premiaba tu suerte con una arropía que llevaba el pregonero en una cesta haciendo equilibrios sobre su cabeza.
La rotonda central del Parque María Cristina formaba parte del itinerario que seguí invariablemente otro vendedor pregonero, cual si fuera las calles del Madrid más castizo. Una ruleta otorgaba a los pequeños jugadores con la oblea deliciosamente crujiente, mientras gritaba “Al rico parisién, oiga! al rico parisien”.
Otro sonido grabado en la memoria de los que conocimos las postrimerías de la dictadura era, llegada la tarde, y mientras un enjambre de soldados uniformados iba de recogida al cuartel en la hoy Avenida de Blas Infante, frente a la esquina del Bar Central: el toque de bajada de bandera en los cuarteles junto al parque, mientras los soldados parados oía la llamada de atención del corneta. Y ¡ay de aquel que no saludara marcialmente!
Las minis guitarras de madera. El silbido del tren avisando su llegada en los pasos a nivel camino de la lonja del pescado del puerto. Los pitos de plástico con forma de balón, el corro de la patata y los gritos de “Astro y múa” poblaban era la geografía sonora donde vivimos.
Se jugaba en la ya desaparecida playa de Los Ladrillos, auténtico balneario urbano de aquella lejana Algeciras en corro, pasándonos piedras y el que fallaba en la entrega, estaba obligado a darse un chapuzón “O “ahogailla”. Osea, al agua. Era “San Juan del dedo”.
Su cantinela era:
“San Juan del dedo
del dedo señor Juan
Jugaba en la era
del truqui, truqui, tran.
Por la vía pasa el tren,
por la carretera el coche,
por la puerta de María
Pasa el novio tó los días,
Le pregunta qué hora es
Son las cuatro menos diez
Es la hora de comer
Papas fritas con bistec”.
Y finalizamos la Melgarada de esta semana, recordando otro baile a corro muy socorrido especialmente en fiestas navideñas o de guardar. “Que salga la Pavana” .
Se bailaba alternativamente por parejas con esta letrilla:
La niña que está en medio que se quite,
Que no lo permite.
La del lazo colorao,
Mire usted que descarao.
Sale el sol
Por la esquina de mi amor
Voy a ver
La verbena solita también.
Que salga la pavana
Vestida de marinero
Si no tiene dinero
Eche la carita al suelo.
Lucero del alma mía,
Lucero mi querer,
Los pollos a la cazuela
Échale un poquito miel.