
Van pasando los días y cada vez se va haciendo más patente el gran problema que nos está dejando la Covid, que estoy convencido que es una tragedia que va a dejar una gran huella y que no va a ser olvidada durante mucho tiempo.
Todas las epidemias sufridas por el ser humano a lo largo de la historia de nuestro planeta han permanecido en la memoria y aunque se han hecho más patentes en determinados momentos, siempre han estado como espada de Damocles sobre nosotros, que al fin y a la postre y pese a los grandes avances tecnológicos, somos muy débiles ante muchas de las circunstancias adversas que se presentan a lo largo de nuestra vida.
La Covid, ha marcado un antes y un después y nos ha abierto los ojos para hacernos ver nuestras precariedades para afrontar esta pandemia a nivel mundial y sobre todo nos ha hecho reflexionar sobre nuestro futuro y especialmente el episodio que de un plumazo, un virus terrible puede causar en nuestra existencia.
Dentro de la serie de vicisitudes que hemos vivido a lo largo del pasado año y que seguimos experimentando en el 2021, han venido a mi mente multitud de situaciones, casi siempre negativas por la magnitud de la pandemia y sus catastróficas consecuencias sanitarias, económicas y sociales que está provocando. Pero hay en concreto una que me ha perturbado y sigue haciéndolo al día de hoy. Afortunadamente el personal sanitario, todo un ejército de valientes y esforzados profesionales, han estado desde el comienzo en primera línea, luchando con la pandemia con medios precarios e insuficientes, pero que no por ello los ha hecho desistir para combatir el mal, poniendo en juego sus propias vidas. Todo un ejemplo que con un inigualable tesón, está sirviendo para normalizar lo que en principio fue una caótica situación.
Por supuesto el extraordinario servicio prestado por las agencias de seguridad y las Fuerzas Armadas, ha sido otra de las facetas que se han hecho sentir por su dedicación y espíritu de sacrificio.
Pero dicho esto, no dejo de pensar en los millones de personas que han tenido que cerrar sus negocios a consecuencia de las medidas que las autoridades han tenido que adoptar para combatir al virus.
Con profunda tristeza he visto como han cerrado sus puertas muchos pequeños comercios obligados por las restricciones impuestas y que han dejado desamparados a sus propietarios. Me pregunto cómo viven y cómo pueden hacer frente a las necesidades del día a día, cuando por imperativos de la situación han perdido sus fuentes de ingresos.
Por el contrario, las grandes superficies, en concreto las del ramo de la alimentación, han experimentado hasta pingües beneficios, pero no por ello se puede decir, que no hay mal que por bien no venga. No sería justo.
Los pequeños comercios son los grandes olvidados en esta pandemia y es necesario que las autoridades se conciencien y que dentro de las limitaciones económicas que se están produciendo, se arbitren medidas de ayuda a estos autónomos, que están sufriendo doblemente las secuelas de la Covid.
Por ello es obligado, que entre todos hagamos lo posible por ayudar a estos esforzados pequeños comerciantes y a que las autoridades se esfuercen al máximo para que puedan subir la terrible cuesta que nos está dejando la pandemia.
Pepe Martínez