
Bill Shankly entrenador del Liverpool en la década de los sesenta manifestó que el fútbol no era una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante que eso. Las palabras del manager escocés pueden resultar incomprensibles, incluso chirriantes: en principio 22 hombres vestidos de corto dándole patadas a un balón no parece algo merecedor de ningún atisbo de transcendencia. Incluso plantearlo en tales términos se antoja como una consideración enteramente absurda.
Sin embargo en este mundo moderno nuestro, el fútbol al igual que el ajedrez durante la guerra fría, se ha convertido en mucho más que un simple juego, habiendo adquirido rango de conflagración simbólica, donde el orgullo nacional potenciado por los atributos de soberanía, himno y bandera, forman parte integral de la escenografía ritual de un combate titánico de voluntades que subyacen a este extraordinario deporte.
«GUERRA SIN TIROS«
Dos ejércitos uniformados despliegan tácticas y estrategias de guerra deportiva y subliminal, donde la historia, la guerra real, las querellas diplomáticas y desavenencias subterráneas, intangibles, los mejores y peores rasgos de cada país se dan cita, y donde once gladiadores adiestrados en sofisticadas técnicas balompédicas luchan por el triunfo contra otros semejantes, donde la recompensa se cobra al menos en primera instancia, en términos de éxtasis emocional. Mejor así, de manera incruenta a como dirimían sus diferencias en el pasado, y aun tristemente lo hacen, los seres humanos.
No es casualidad que Dibu Martínez, heróico portero argentino del Aston Villa, manifestase después de la reedición de la batalla del Monumental de 1978 con Países Bajos en cuartos de final, que esto “es la guerra, y nosotros venimos a dar batasha.”
Mucho antes, el gran escritor británico George Orwell atestiguo que el fútbol esta ligado “al odio, los celos, la jactancia y el placer sádico de presenciar la violencia; en otras palabras, es como la guerra pero sin los tiros.”
FINAL ÉPICA
El epilogo más épico y apoteósico en la historia de los mundiales de futbol se vivió en el Estadio Lusail de Qatar, una final en la que se sucedieron cuatro actos cargados de drama, pasión, despropósito y crueldad, donde ambos contendientes experimentaron sensaciones agónicas y patéticas, tocaron la gloria con los dedos para ver como el contrario se la arrebataba minutos, sino segundos después, una verdadera montaña rusa de sensaciones extremas, que culminaron con un desenlace liberador, impregnado de justicia poética. El espectáculo grandioso, descomunal, sirvió para formalizar la beatificación de Leo Messi, ungido como el jugador absoluto y categórico de la historia del deporte rey.
Argentina contra Francia pero también en cierto sentido un choque de civilizaciones, la vieja Europa decrepita y perdida vigorizada en Mar del Plata, contra la pujanza joven e irresistible de una África reconvertida en matices tricolor.
En un escenario atípico, exento de cultura y tradición futbolística, bajo la atenta mirada del califa Infantino, bufón de corte Shakesperiano elevado al trono FIFA, imperio cenagoso y opaco donde los haya, sacudido por escándalos políticos de sobornos en aquel otro nido de corruptelas que es la social democracia Europea, se representó la contienda definitiva entre visiones y paradigmas antagónicos, Armagedón futbolístico enfrentando la fuerza de lo legendario y de la fe Argentina, la conceptualización romántica del futbol, contra el poderío físico arrollador, casi sobrehumano y talento natural portentoso de Francia.
LA EXISTENCIA DE DIOS
Argentina martirizada y saqueada por el Peronismo totalitario alcanzó la redención, abriendo el cielo 36 años después que Maradona, la ‘Mano de Dios,’ dejara a medio equipo inglés desarmado y tumbado en el camino tras una deslumbrante maniobra ya eterna, en Méjico 86, convirtiéndose para millones de sus compatriotas en ángel vengador por la guerra – esta si real y cruenta – de las Malvinas. Según otro escritor insigne, Mario Benedetti, un gol que es la única prueba fiable de la existencia de Dios. El himno triunfal argentino ‘Los muchachos,’ referencia fosilizada y sentimental de esa página sangrienta, no ha impedido que dos países con profundos vínculos históricos hallan superado el trauma vivido, y reconducido sus relaciones por cauces diplomáticos.
ÚLTIMO TANGO
Con una bala de plata en la recamara, el primer soldado de Rosario se enfrentó a su ultimo baile con el destino esquivo, replanteándose a sí mismo. El deportista caballeroso de carácter noble, alabado y admirado por rivales que siempre frustraron sus ansias mundialistas, dejo de ser el apacible aspirante a campeón para disfrazarse de Diego Armando Maradona, tomando prestada la furia y la rabia, el punto de maldad que caracterizaron al astro supremo del 86 para acabar abrazando la inmortalidad.
Messi ha cerrado el circulo y zanjado el debate, convirtiéndose en mito, en ser que aun siéndolo, ya no es de este mundo. Se certificó el fin de la historia del futbol, apogeo de plenitud que dará paso a una nueva era. El ‘10’ de la albiceleste, camiseta celestial y de repercusión universal quedara enfundada en la memoria colectiva, retirada en las canchas de Newell’s y Boca. Messi formado en el CF Barcelona donde asombro al mundo, quedo entronizado cómo el mejor jugador del mundo sin discusión, ex aequo con su predecesor y guía espiritual, elevado al Olimpo de los dioses.