
La Audiencia Nacional señaló en el auto por el que confirmó la prisión preventiva para el presunto yihadista que asesinó a Diego Valencia, sacristán de la Palma de Algeciras, que si lo dejaban en libertad seguiría matando a más personas que estuviesen vinculadas a ‘Satán’ y que fueran «enemigos del Islam«.
El asunto, según adelanta Europa Press, llegó a la Sala por el recurso de apelación de la defensa de Yassine Kanjaa que entendía que los hechos atribuidos a su representado no encajaban en el delito de terrorismo, que el investigado tenía arraigo, y por tanto no había riesgo de fuga, y que la medida cautelar era excepcional y no concurrían los requisitos para acordarla.
Una vez que se admitió el recurso, el fiscal lo impugnó alegando que convenía rechazarlo porque el investigado había participado en los hechos, porque el ataque era de extrema gravedad, ya que se trataba de un delito de asesinato consumado y dos en grado de tentativa, porque había riesgo de fuga y porque también había riesgo de comisión de otros hechos delictivos por el recurrente en caso de quedar en libertad.
Tras exponer estos motivos, la Sala indicó que «no cabía duda de que los hechos investigados revestían de la máxima gravedad» y que aún sin considerar la existencia de una finalidad terrorista «llevan aparejados penas que podrían alcanzar las más graves aplicables en el Código Penal».
Confesó que su propósito era matar a la gente vinculada a Satán
El auto recalca que confesó que su propósito era «el de matar a la gente que entiende vinculada a ‘Satán’, porque las personas a las que atacaba son ‘enemigos del Islam y los musulmanes‘».
El tribunal indica que lo razonado en el auto de Gadea viene corroborado con el visionado de la declaración judicial de Kanjaa, «donde explica cómo llevó a cabo su acción violenta de un modo deliberado, consciente y deseado, en el contexto de una motivación religiosa radical, con un arma blanca de grandes dimensiones que ocultó entre sus ropas«.
La resolución da detalles del ataque como que Kanjaa cogió «un machete de grandes dimensiones» del falso techo de su vivienda, que lo ocultó «en la chilaba oscura que vestía». También da cuenta de los diferentes ataques que perpetró de forma muy detallada.
Aporta el matiz, además, de que el atacante apagó su teléfono móvil durante el ataque «evitando poder ser geolocalizado» y que se dirigió a las dos iglesias «con la intención de matar a todos los sacerdotes que se encontraran en ella, siendo elegidos por él por su significado que tienen para el Islam».
Tras esto, la Sala tumba la alegación de que el encausado tiene arraigo señalando que es «un nacional marroquí de 25 años, sin permiso de residencia, ni trabajo y que carece de cualquier signo de arraigo que haya sido alegado».
Muy al contrario, añade, justificó su acción «en que estas eran merecedoras de su acción» por estar relacionas con ‘Satán’ y que ‘Alá’ le había encomendado una misión que debía cumplir.
La Sala recoge que él mismo reconoció ante el juez «que su propósito es matar a más personas», «quitar de en medio». E indican que sostuvo que si lo dejaban en libertad la situación iba «a empeorar más porque no está nada tranquilo».
200 metros de puro terror
En su momento, el relato de estos testigos sirvió para reconstruir cómo se produjo el ataque, lo que ha quedado recogido en diversas resoluciones judiciales. Todo comenzó en torno a las 18.30 horas de ese 25 de enero, cuando Kanjaa accedió al interior de la Iglesia de San Isidro e inició una discusión con los allí presentes, manifestando a los feligreses de forma vehemente que la única religión que hay que seguir es la religión islámica, según indicaba el juez en una de esas resoluciones.
Tras abandonar la iglesia profiriendo mensajes en árabe, regresó una hora después vistiendo una chilaba negra y comenzó de nuevo a lanzar gritos en árabe mientras se celebraba la misa.
Una vez finalizada, el sacerdote bajó del púlpito para comprobar lo que estaba ocurriendo, y en ese instante, el joven, que portaba un machete de grandes dimensiones, le agredió causándole lesiones de gran gravedad e intentó atacar a uno de los testigos allí presente, indicó el juez.
Posteriormente, el atacante se dirigió a la iglesia de la Virgen La Palma, a unos 200 metros, y allí se encontró con el sacristán, que estaba abandonando el lugar por una puerta trasera.
En ese instante, proseguía el relato del magistrado, le atacó con el machete, pero el sacristán logró huir hasta llegar a la plaza Alta, donde finalmente fue alcanzado por el atacante, quien una vez que le tuvo en el suelo, cogió el machete con ambas manos y «alzando la mirada al cielo y gritando unas palabras en árabe entre las que se pudo escuchar la palabra ‘allah’» le asestó «una última estocada mortal».
Tras asesinarle se dirigió «de forma muy tranquila» a la Ermita Europa, ubicada en esa misma plaza, pero cuando trató de acceder a su interior llegaron efectivos de la Policía Local, que lograron detenerle sin que prestara resistencia.
Los agentes le trasladaron entonces al Centro Médico de esa ciudad para recibir asistencia facultativa, instante en el que en reiteradas ocasiones gritó “Allahu Akbar” (Alá es grande).